martes, 1 de diciembre de 2009
Una foto, un reflejo.
Incio la primera entrada de este nuevo blog con un recuerdo de antaño. Una fotografía en la que posaba extrañamente debido a mis ansias de salir perfecta, guapa, reluciente; todo para que al mandarla en aquél sobre amarillo (manila) rumbo una dirección desconocida, se abriera el sobre, se tomara la fotografía con las dos manos, y se exclamara ese tan esperado ¡wow! que según yo iba a sentir desde lejos. No mandé la fotografía, no se abrió el sobre (manila), no se tomó la foto con las manos... lo demás ya lo imaginan. Pero eso no era lo importante en el final. Años después pude observarla con detenimiento, haciendo un recuento de toda mi algarabia de adolescente enamorada, de niña con ilusión precoz y lo que descubrí fue argumentativamente estúpido: Vi a un hombre, a un príncipe que dentro de mis ojos mostraba un trozo de su cabello castaño recorriendo su frente, mientras el lente moviendo su circular cristal enfocaba mis ojos miedosos, no, no eran miedosos, sí, estaban llenos de ese miedo que guarda el saber que ya no podrás mirar otros ojos, que ya no podrás tocar otro cabello, ni pensar en otro nombre. Pero esas son pendejadas, pensaría después de un tiempo estático recordando el momento y al príncipe; nada es para siempre, lo efímero es la primera enseñanza de un corazón roto, de un alma enamorada. Solté la foto de mis manos, no quise saber que desde ese momento, habría de estar equivocada para siempre. Nada volvería a ser igual, ya éramos una foto y su reflejo.
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